Cambiar la suerte

Freddy portada

A Freddy Chalk, artista italiano

Vino a ver a dos amigas. Londres ya le había sobrepasado. Cogió un vuelo low-cost con los excesos sin facturar y las pupilas aún dilatadas. Encontró aquí un clima afable, la tranquilidad de las ciudades pequeñas y un colchón en un piso patera de estudiantes Erasmus. No se atrevió ni a volver a por sus pertenencias, se hizo llegar un paquete con lo imprescindible. Alguna prenda de entretiempo imagino y no sé qué cosa indispensable que no sobreviviría a la siguiente mudanza. Sus amigas se fueron pero él decidió quedarse. Almería tenía por entonces la ambición de escapar del olvido, mucho trabajo y alquiler barato. La celebración de los XV Juegos Mediterráneos había levantado la ciudad, literal y metafóricamente, y la burbuja inmobiliaria se hinchaba entre promesas de que la abundancia sería eterna. Valoró terminar las pocas asignaturas que le quedaban de la carrera de Educación Social. Obtuvo varios sobresalientes cuando se matriculó en la UAL para cursar Psicología y años después en el módulo de Fotografía en la Escuela de Artes. Arrancada de caballo y parada de burro que diría mi padre. Nunca llegó a terminar nada pero la vena creativa se instaló en su frente. Desarrolló su particular mirada ya fuera con una cámara o un carboncillo. Trabajó en casi todos los bares del Paseo Marítimo. Profesionalidad reconocida y mano izquierda con los borrachos. Fue también encargado en los primeros gastrobares que revolucionaron las cartas de tapas almerienses. Sus contratos acababan expirando en medio de punzantes resacas, vestigio de noches que se iban de madre. Tres días sin señales de vida y treinta llamadas perdidas eran demasiado incluso para el jefe más comprensivo. Caía bien a todo el mundo, ofrecía buena conversación con su cálido acento italiano y disfrutaba de los placeres de la vida. “Por ahí, Zapilleando” respondía a cualquier: ¿dónde te habías metido? Unas palas en la playa, difuminarse en el atardecer, Verde en mano, de la terraza del París o empolvarse la nariz tras unos ventanales corroídos por el óxido. Las brisas marinas, como los abusos, no perdonan. Le acabó condenado su hábitat, las malas compañías. Y que ganarse el pan con el arte en Almería era una completa utopía.

 
Tuvo que salir. Ahora era Freddy Chalk, un artista callejero que volvía a su infancia dibujando con tizas de colores en las baldosas de las aceras. Inició la travesía del madonnaro. En el siglo XVI, comenzaron a deambular por las calzadas romanas, pintores que con carbones y tizas pastel plasmaban su arte en los suelos de distintas ciudades de Italia. Dibujaban principalmente vírgenes (de ahí el nombre de madonnari) transformando los pavimentos arenosos en galerías de arte sacro. Se volvió más difícil saber de él. Las llamadas se fueron espaciando en el tiempo. Cada vez que descolgaba su paradero era distinto. Hizo la vendimia en el sur de Francia. Vivió en un teatro okupado de Londres. Durmió durante unos meses en un barco que acabó calcinado por un incendio. Empuñando sus tizas combatía en guerra abierta contra el sistema y contra sí mismo. A ras de suelo se intima con los roedores que mordisquean nuestras inseguridades. Recuerdo cuando lo vimos en Piccadilly a principios de 2019.

A primera hora comenzaba marcando una cuadrícula y se tomaba hasta el anochecer para acabar el dibujo. Íbamos y veníamos. Me gustaba ir resolviendo los avances. Arte en vivo. Le llevamos noticias del Zapillo y una lata, tamaño pinta, de cerveza Ale. Tenía la rodilla tocada por el desasosiego y la humedad. Ese día dibujó una chica rubia de mirada perdida, con la espalda desnuda y los hombros afilados. Caían monedas y billetes al estuche. Pronto pasaría una máquina de limpieza que borraría todo a su paso. Nos llevó a un pub de Covent Garden que se llamaba The Chandos y con una luz rojiza ondulando a través de las cristaleras nos contó sus aspiraciones y algunos proyectos que seguían en el aire. Llegaría a tener una pequeña parcela reservada en Trafalgar Square frente a la National. Con el rollo del Brexit, decidió buscarse la vida durante una larga temporada en Berlín. Pasó varios inviernos trabajando en un refugio de una estación de esquí en Noruega. Participó en un par de ediciones de la Fiera delle Grazie de Mantova. A la búsqueda de buen tiempo, aterrizó en Canarias. «Primer día dibujando en Santa Cruz de Tenerife. Una experiencia increíble con toda la gente en el barrio» posteó en su cuenta de Instagram.

Había realizado una representación del Cristo en la columna, del exponente del barroco y la mala vida, Caravaggio. La Policía Local resultó no ser muy partidaria del tenebrismo: “Este tipo de arte parecerá muy bonito pero no es el sitio. […] A pesar de estar supuestamente firmado se tratará de localizar al autor”. La publicación se viralizó en Twitter. Se enzarzaban los que consideraban que el dibujo embellecía las calles chicharreras con los que lo consideraban un acto vandálico. “Borran el dibujo del artista callejero Freddy Chalk de las calles de Santa Cruz” fue el titular en el periódico local El Día. ¿Quién lo había borrado? -se preguntaba todo el mundo. Lo que sucedió en los días posteriores tuvo algo de las comedias de Woody Allen. Misterios, enredos, desmentidos e improbables coincidencias. Al poner aún hoy en Google su nombre, se puede seguir la cronología del caso. La polémica se zanjó con la intervención de la alcaldesa, Patricia Hernández. Ahí estaba nuestro Freddy, en el Consistorio de Santa Cruz de Tenerife, sentado junto a ella, el edil de Seguridad Ciudadana y la responsable de Cultura. “Santa Cruz invita al artista Freddy Chalk a plasmar su obra en la ciudad tras la polémica por su pintura en la calle” (Europa Press).

Así es el mercado de invierno en el fútbol modesto, poblado de talentos anónimos a los que se les abre una oportunidad de cambiar su suerte. Alguno de ellos dará el giro definitivo a su carrera. La gran mayoría seguirá persiguiendo su sueño desde la intrascendencia.

Cambiar la suerte

Le propusieron realizar un enorme mural permanente en un barrio de casas populares. Nos contó que estaba dándole vueltas a la idea de utilizar algún icono guanche. Era su primer encargo grande. Estábamos a mediados de febrero de 2020 y del norte de Italia llegaba la amenaza de la expansión del Coronavirus. La pandemia aparcaría el proyecto del mural y en pleno confinamiento, una moción de censura acabaría con el gobierno de Patricia Hernández. Así es el mercado de invierno en el fútbol modesto, poblado de talentos anónimos a los que se les abre una oportunidad de cambiar su suerte. Alguno de ellos dará el giro definitivo a su carrera. La gran mayoría seguirá persiguiendo su sueño desde la intrascendencia. Dejarán en el camino obras de arte efímeras reservadas a los ojos de una exclusiva audiencia. Vaya golazo hizo el domingo desde el pico del área o qué pintura me crucé saliendo de la parada de metro, da igual. Siempre habrá quien tenga el placer de sorber esas gotas de belleza pasajera. Las compartirá con sus amigos, compañeros o familiares, hasta que irremediablemente terminen siendo borradas por el paso del tiempo o por las máquinas de la limpieza.

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