En el exilio

Campo de viator. Antonio Palenzuela

Hay palabras dotadas de carga simbólica negativa. Invocarlas supone atravesar la
puerta de lo prohibido. Me ocurría cuando escuchaba Extremoduro. Hachís, caballo y cocaína. Masturbarse o bajarse al pilón. No alcanzaba a comprender su significado pero algo me decía que más valía evitarlas en la sobremesa de una comida familiar.

Llanuras bélicas, y páramos de asceta

Gracias al walkman que me regaló Jeyu para mi primera comunión, descargaba mi rabia en aislamiento voluntario. Positivo en adolescencia. Me pasaba también con exiliado. Otra de esas palabras a pronunciar en territorio despejado. Rafael Alberti, Rosa Chacel, Luis Cernuda, Juan Ramón Jiménez y tantos otros. Me imaginaba sus fotos encuadradas bajo un Se Busca con el motivo borroso. Haber molestado a quien no toca o simplemente esa nube de pólvora y metralla llamada circunstancias. Desconozco si existe un Olympique de Collioure. Esa pequeña población francesa no la conocí por el fútbol. En ella murió Antonio Machado huyendo de la sinrazón de la guerra. Collioure fue para mí un tiempo, capital del país imaginario Exilio. Una frontera psicológica de vacas pastando y alambre de espino. Una vez pregunté a mis padres por parientes del pueblo que se fueron a vendimiar a Francia en los 60 y ya nunca volvieron. “No cariño, ellos eran emigrantes. No tenían nada que ver con…” (pausa para corroborar territorio despejado) “…la política”.

Tenemos fecha de inicio

La temporada comienza el 18 de octubre. Y parece que con público. Seguimos sin saber dónde. La pasada campaña el Poli Almería disputó sus partidos en el Antonio Palenzuela de Viator. Viator queda más cerca que Collioure. Es un municipio metropolitano casi absorbido por la ciudad. Conocido por albergar el campamento militar. Como reclutas novatos, pasamos revista quincenal mientras el Estadio Emilio Campra se encontraba en obras. Con lo cerca que me quedaba de casa. Cinco minutos a pie. Bajaba a desayunar con Monia y directo al Estadio. O me veía con Borja en el callejón del Albergue. En esa pasarela de embarque, nos mezclábamos con una cohorte de fieles en rojiblanco que latía al ritmo de hoy sí que ganamos. La chirriante megafonía recitaba alineaciones con nombres tan de compañeros de pupitre como Rubén, Bruno o Lázaro. Allí dibujó Carlos Montellano una colección de obras de arte. Allí Ruzzo exprimía su oportunismo, Cristian cabalgaba tras balones imposibles o Alberto Segura se elevaba sobre los atacantes rivales como un escudo antiaéreo. No nos alejábamos de la Poli Barra. Juanan calentaba sus famosos totus (tosta de atún, queso y tortilla), mientras Pablo rebuscaba en neveras de playa, en pos de la cerveza más fría. Allí también vivimos nuestros días de gloria. Dos ascensos. El de División de Honor y el de Tercera. Qué diez minutos más tensos con la garganta rasgada y la oreja puesta en Armilla. Roberto escogió ese partido y aún lo recuerda. A veces, tras un encuentro caliente, nos asomábamos a las rejas de los exteriores del estadio para ver cómo “intercambiaban impresiones” locales y visitantes. Que tire la primera piedra quien no haya escupido un exabrupto tras un empate en el descuento o una patada a destiempo. Jamás nos sentimos de prestado. Será porque el Poli ha tenido que pagar por el uso de las instalaciones desde su vuelta. Miles de euros para alquiler, luz y agua; siendo el único club capitalino obligado a ello. Compitiendo en desigualdad de condiciones. El Ayuntamiento aprobó la reforma del Estadio Emilio Campra. Nadie niega que necesitaba un lavado de cara. Pero nos dejaba sin escenario, sin espera en el callejón y sin tostada frente al mar. Desorientados, amanecimos en Viator; nuestra
Collioure particular. Así lo vivimos en su momento, como un exilio. Lo fuimos desmitificando durante el curso pasado. Buena visión, sombra para todos y facilidades de aparcamiento. El exilio no es tan fiero como lo imaginaba.

Sol de infancia

Pedro Salinas abandonó el país meses antes de la Guerra Civil, pasando su condición de emigrante a exiliado. El poeta escribió antes de partir “me encanta el poder salvarme de este ambiente hispánico, cada día más envenenado, más sembrado de odios y rencores”. Quizás hayamos perdido un tiempo precioso en el confinamiento para embalar nuestras pertenencias. Antonio Machado esperó hasta 1939. Cruzó la frontera con Francia enfermo, agotado y con la pena enquistada en el alma. Un mes después murió. Sus últimos versos fueron encontrados por su hermano. «Estos días azules y este sol de la infancia”. Machado apeló a su infancia en un patio de Sevilla. La mía me arrulla desde un parque frente al puerto de Almería. Y desde el Municipal, hoy llamado Estadio Juan Rojas. No sabemos aún si Viator reabrirá sus instalaciones debido a la pandemia. Sueño con volver al Juan Rojas. Volver a esos días azules y a ese sol de la infancia en sus vetustas gradas de cemento. No me importará la categoría, tampoco el rival. Volver al Estadio Juan Rojas sería repasar el álbum familiar, beber de la fuente de la memoria. Por qué no compartir instalaciones con el Rugby, ya lo hicimos en el pasado. No llego a entender si es por haber molestado a quien no toca o simplemente por esa nube de pólvora y metralla llamada circunstancias. Mientras tanto, vamos preparando mascarillas, esperanzas y bufandas para ver a nuestro equipo donde toque. Con todo lo que estamos viviendo en este 2020, el exilio ha dejado de alimentar nuestros miedos.

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